La danesa Susanne Bier veía por fin reconocida su labor con In a Better World (En Un Mundo Mejor) una notable películas con grandes metas que logra un retrato bastante lógico y bien escrito sobre el mundo actual. A modo introductorio y puramente anecdótico, la victoria de In A Better World en los Oscars en la categoría de mejor película extranjera fue una de las dos variables que me impidieron participar en un sorteo de un viaje en Nueva York. Y es que por alguna extraña razón tenía pocas esperanzas con esta película y una tibia crítica no me despertó demasiado interés. Quizás por eso me sorprendió gratamente, o quizás simplemente es una buena película y con más o menos expectativas me habría convencido.
In A Better World (En Un Mundo Mejor) nos cuenta la peligrosa amistad de Christian y Elias. El primero es un niño que después de la muerte de su madre de cáncer vuelve con su abuela en Dinamarca y tiene que empezar una nueva vida mientras su padre viaja por negocios y pasa poco tiempo en casa. El segundo es un chico que sufre bullying, cuyos padres se están divorciando. El padre de Elias, Anton es un médico idealista que trabaja en campos de refugiados en un país África en pleno conflicto armado.
El film es un retrata de una sociedad acelerada, moderna, actual, que no habla, que no pide ayuda, que busca soluciones sin saber el verdadero problema. Un mundo donde reina la intolerancia, los nervios están a flor de piel y todo se soluciona a golpes y por la ley del más fuerte. Un mundo en el que se da todo por entendido y no se entiende nada, un mundo donde se esconden los sentimientos y se muestran las armas. Un mundo en el que han desaparecido los ideales altruistas y bienintencionados donde reina el ojo por ojo, diente por diente. Una visión un tanto apocalíptica de la que somos conscientes a través de la mirada inocente y los ojos decepcionados de Anton.
La película cual experimento conductista nos muestra que los malos hábitos son muy fáciles de imitar y se pueden convertir fácilmente en modus operandi sin que el que lo lleva a la práctica sea verdaderamente consciente; y como los niños son los más influenciables. Que la sociedad está escogiendo mal el rumbo y que si sigue así puede ser irreversible. También nos demuestra que las atrocidades no son solo de “pseudo-dictadores” que se creen amos del mundo y que imponen una política de terror en territorios subdesarrollados, sino que en el mundo desarrollado existe lo mismo, de forma más sutil, más escondida, casi como una presencia que nunca se muestra que puede ser igual o más peligrosa.
La película va de menos a más. Empieza de manera muy típica y con una comparación muy facilona y bastante llena de tópicos entre las atrocidades del mundo desarrollado y las del mundo subdesarrollado. Pero hay que reconocer que el mérito de Bier es ir más allá. A diferencia de películas como la española También La Lluvia (que partía de una idea parecida en lo que la estructura de la película se refiere), Bier decide matizar las situaciones, mediante frases en el momento correcto y el desarrollo psicológico de los 3 personajes protagonistas (los dos niños y Anton); y acaba consiguiendo una película con un fuerte y trabajado argumento. La fotografía de Morten Søborg funciona al servicio de la historia marcando más la dicotomía entre dos mundos diferentes por fuera pero con las mismas intolerancias y conflictos con un origen común.
Interpretativamente todos están muy correctos destacan Mikael Persbrandt con una interpretación llena de sensibilidad. Un personaje que se ve obligado a cuestionarse si los tiempos han cambiado para siempre y si sus ideas ya no sirven y se han quedado obsoletas. William Jøhn Nielsen es el encargado de interpretar a Christian un chico que parece muy maduro, pero rápidamente vemos que la falta de atención y cariño, y la reciente pérdida de su madre le hacen comportarse de una manera errónea pero acorde con el mundo que vive, escondiendo los sentimientos y poniéndose una máscara para no ser herido más. Markus Rygaard interpreta a Elias, un chico inocente y iluso que es molestado en el colegio precisamente por ser diferente, comportarse de forma respetuosa con todo el mundo y por no devolver con la misma moneda. Por último Ulrich Thomsen interpreta a Claus el padre de Christian que incapaz de superar la muerte de su esposa, en lugar de ayudar y cuidar a su hijo se refugia en el trabajo.
Como conclusión una película que con un discurso algo fatalista abre el debate sobre a dónde se dirige el mundo actual y globalizado. Como solucionamos los problemas y que hacemos para mejorar. Buenas interpretación y buena dirección para una historia que va de menos a más.
Nota: 8/10
No me extiendo, pero es deprimente ver el resultado, para los utópicos que un día soñamos con cambiar el mundo.
ResponderEliminarLlevo tiempo con ganas de verla. Espero que no me decepcione (ya que a ti te ocurrió al revés).
ResponderEliminarQuizás la vea esta semana...
Ya la he visto y me ha gustado mucho. Tod surje por el odio del niño Christian debido a sus circunstacias. Unas circunstancias que parece afrontar solo y que le hacen reaccionar así. Me quito el sombre ante Anton!!
ResponderEliminarEl mundo está lleno de imbéciles!!!
Saludos!